MIGUEL ANGEL LÓPEZ Nace en 1981 en Oaxaca, México
En un vericueto de árboles oníricos donde predomina el volumen y la textura se nota al primer atisbo la profesionalidad y el oficio de Miguel Ángel López. En su pintura encontramos una gran metáfora, donde vacía su instinto natural y se abre al mundo, como aquellos primeros hombres que caminaban al aire libre y se adentraron en los paisajes de su entorno y en los de su recuerdo; ambos fundidos en su interior.
Su obra insiste en un lenguaje fresco, bucólico, que se conjuga de manera individual en los fragmentos que componen sus cuadros. Cada pieza encierra un concepto frondoso, como amplias ramas donde aparecen cantos a la madre tierra y a todo aquello que dignifica sus orígenes.
El espectador que se acerque con sinceridad al trabajo de Miguel Ángel López sentirá esa devoción que exhalan aquellos que aman, porque no se vacila en ningún instante al usar el color para encender el corazón con lo más sublime con lo cuenta el hombre: la creación.
Así se genera un oasis, o una hoguera, una infantil voz de niño o un clamoroso ruego de hombre indefenso que depende de la voluntad, de una fuerza superior y divina. Logra así el artista la plástica a través de su habilidad, pero con la potencia de su emotividad.
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Encontramos en las pinturas de Miguel Ángel López una gran metáfora, donde es capaz de vaciar su instinto natural y abrirse al mundo, como aquellos primeros hombres que caminaban al aire libre y se adentraron en los paisajes de su entorno y en los de su recuerdo; ambos fundidos en su interior, así se funden también los conceptos, texturas y afectos.
Caminamos pues, en un vericueto de árboles oníricos donde predomina el volumen y la textura; se nota al primer atisbo la profesionalidad y el oficio del artista.
La obra insiste en un lenguaje fresco, bucólico, que se conjuga de manera individual en los fragmentos que componen sus cuadros. Cada pieza encierra un concepto frondoso, como amplias ramas donde aparecen cantos a la madre tierra y a todo aquello que dignifica sus orígenes.
Aquel que se acerque, con sinceridad, a sus obras, sentirá esa devoción que exhalan aquellos que aman, porque no se vacila en ningún instante al usar el color para encender el corazón con lo más sublime con lo cuenta el hombre: la creación. Así se genera un oasis, o una hoguera, una infantil voz de niño o un clamoroso ruego de hombre indefenso que depende de la voluntad, de una fuerza superior y divina. Logra así el artista la plástica a través de su habilidad, pero con la potencia de su emotividad.
Esto es, al fin, un paisaje idílico, honesto, con la antigua fuerza que le da las ramas del entorno y con una decidida admiración hacia lo ancestral, también cotidiano, que él precisa en cada una de sus piezas.
José Elías Bautista Rosete
Oaxaca de Juárez; Oaxaca,
Obras
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